Abrir los ojos
El problema siempre fueron las vocales, esas mismas que se negaba a aceptar como contundentes.
Al fondo de aquel bar de moda sonaba el cover fresón y con aires británicos y rockeros de una canción de Juan Gabriel. Frente a él, tequila blanco y un cigarrillo encendido cuyo humo solo atestiguaba las ganas de entender lo incomprensible, de elevarse al mundo de las ideas como lo planteaba Platón. Pero el problema es que él era aristotélico y la experiencia le decía que aquellos momentos que se amontonaban en sus terminaciones nerviosas, en su cerebro y en eso que llamamos corazón, le decían que el amor había sido real, tan real como el dolor que causaba recordarlo.
Decenas de hermosas seductoras bailaban tras él, pero al cerrar los ojos solo podía recordarla a ella en sus brazos, en su cama, en su cocina, en su vida y en sus deseos. Era ella y nada más que ella. Ella mientras plantaba suculentas en la jardinera de la ventana. Era ella mientras plantaba rosas rojas de largas espinas. Era ella mientras sembraba deseo en su mente y su alma al regalarle besos y caricias como nunca las había sentido. Era ella tejiendo la telaraña de recuerdos concupiscentes y sublimes con los que había sido tan feliz.
Seguía sonando la tonada en la que un hipster cantaba a ritmo de banda inglesa el desamor de un hombre que deseaba felicidad a su amor perdido. Un trago de tequila y una bocanada de nicotina y alquitrán. Para Sócrates fue cicuta, para él la traición y la decepción. Porque al final de cuenta el alcohol y el tabaco daban lo mismo si se había estado envenenando desde hace mucho tiempo. De la misma manera que se envenenó con la presencia majestuosa de aquella maravillosa mujer que no era más que un reflejo del ideal de su mente.
Y es que enfrentar la realidad era salir de la caverna, tal como lo pedía el señor idealista ese de la república. Un trago más, tras otro y tras el anterior a ese, pero ni una sola palabra. Solamente lágrimas.
- “¿Estás bien mano?”, dijo el barbado y tatuado joven que atendía el bar.
- “No” fue el contundente monosílabo.
- “¿Clavo con tu culito?”, preguntó mientras limpiaba la barra y cobraba la botella de tequila que ya estaba a medias.
- “Sí” dijo él cerrando los ojos y tragando una considerable cantidad de tequila.
- “Qué lo siento men. Los culitos siempre son clavo.” Comentó el barman.
- “El clavo es abrir los ojos y ver la verdad. El clavo son las vocales.” Dijo el mientras desdoblaba un pequeño papel.
El joven tatuado y barbado se quedó pensando un momento y acomodó el gran letrero del bar La cueva. Él abrió el papel y leyó por enésima vez.
No, no es tu culpa. Quizás fue mía por engañarme a mí misma desde el inicio. Y no, nunca fue él. Es ella a quien amo. Lo siento, pero debo dejarte.
El problema en efecto eran las vocales. Las vocales con las que ambos se engañaron dentro de su cueva.
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