Fracasos
Se sentó y respiró profundamente mientras veía fijante al teclado de su computadora. Solamente recordó las palabras de su padre. Esas mismas palabras que resonaban como campanas trepidantes en la soledad del alba.
Sos un fracasado.
Abrió su billetera y se encontró con apenas las monedas necesarias para tomar los buses que debía tomar hasta el próximo pago del salario. Exhaló y recordó de nuevo las palabras de su padre. Palabras que resonaban como bocinas de carros en tráfico de viernes de quincena.
No vas a llegar a ningún lugar.
Se quitó los lentes y pensó en las múltiples decisiones que había tomado en su vida. Recordó su soledad y cómo cada relación que iniciaba terminaba en desastre. Respiró y no pudo más que recordar las palabras de su padre que se agolpaban como los truenos en medio de vendaval de verano extenso.
Estás equivocado y siempre lo has estado. Nada se puede esperar de vos.
Dejó que su cabeza, pesada por las ideas y los recuerdos, cayera lánguida y sin fuerzas hacia el frente y creyó por un momento que sus decisiones de perseguir ideales adolescentes se habían convertido en el peor desastre para sí mismo. Se sintió en medio de un abominable accidente de tráfico. Se sintió en medio de un campanario solitario y azotado por el bronce del peso paterno. Se sintió abatido en medio de tormenta torrencial.
El timbre sonó y lo despertó del sopor de los recuerdos. Sus ojos se abrieron por completo y respiró profundamente. Una estampida de risas y comentarios atravesaban el umbral de su salón de clases. El sonido de los pupitres rechinaba en el piso y varios cuadernos se abrieron. Levantó la vista y vio veinticuatro rostros familiares menores de diez y seis años cada uno.
Profe, el cuento que nos dio a leer estaba genial. Dijo una de las chicas del frente.
Profe, En serio, ¿Cuándo va a publicar su libro? Dijo otra voz perdida entre la multitud.
¿Está seguro que su trabajo ideal es ser maestro? Preguntó la voz de uno de los chicos de atrás.
De fijo que lo es. Replicó la orgullosa voz de la chica que se levantó. Si no lo fuera no nos inspiraría a ser rebeldes cada día y querer cambiar el mundo. Añadió mientras le dedicaba una sonrisa antes de sentarse.
No pudo evitar sonreír con franqueza y llamar la atención de sus alumnos e iniciar su clase. Recordó que los motivos son distintos y que los fracasos de unos son las batallas épicas ganadas en otros terrenos.
Viví tu pasión. Cambiá el mundo y sé feliz para hacer feliz a los que te rodean.
Fue la frase que resonó como canto angélico mientras recordaba las palabras de su abuelo antes de iniciar su lección.
Vamos patojos. A ver cómo nos va con Don Miguel y su soñador. Dijo él mientras tomaba El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de su abuelo y se disponía a cambiar el mundo.
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