Rumba
"Ya
no estás más a mi lado, corazón
En
el alma solo tengo soledad
Y
si ya no puedo verte
Porque
Dios me hizo quererte
Para
hacerme sufrir más…"
La
Historia de Un Amor de Carlos Eleta Almaran
Caía
la tarde lánguidamente. Al igual que caía la lluvia y resbalaba
por los grandes ventanales del estudio. Las calles empezaban a
poblarse de todos aquellos que por distintos motivos salían de esos
distintos lugares en donde habían habitado, se habían quejado, o
habían disfrutado todo un día, para transitar a otros ambientes en
donde habitarían el resto de la noche. El movimiento era constante y
atareado, como si la prisa fuese el único factor común que todos
aquellos seres vivos compartieran, además de los paraguas y alguno
que otro abrigo.
Pero
dentro del estudio, todo era diferente.
Mientras
que esas primeras lluvias de primavera refrescaban el intenso calor
de las calles de la vibrante ciudad de Panamá, el estudio se había
caldeado por la luz del sol y permitía un ambiente húmedo, un tanto
denso, pero extrañamente acogedor. Al menos para ellos dos.
En
el espejo, una figura alta y estilizada, enfundada en un pantalón
negro ajustado y una sencilla camisa blanca con las mangas abiertas y
el cabello largo y negro cuidadosamente peinado hacia atrás con
gomina calentaba en la barra con cadenciosos movimientos al compás
de una música que solamente sonaba en su cabeza y que movía
lentamente sus músculos y sus huesos. Clavó su intensa
mirada azul en el espejo y pudo notar como aquella otra figura
danzaba como si estuviese sola, o como si disfrutara en creer que
nadie la veía. Aunque Slalik sabía claramente que era
solo una de esas artimañas de mujer latina para atraer la atención
del hombre al que se desea.
Del
otro lado, una figura felina y sensual. Descaradamente
femenina e intensamente vital. Cubierta por un simple
vestido de práctica blanco, pero que en aquella deliciosa y satinada
piel bronceada por años por el sol de las playas del sur, la hacía
lucir imponente. Altísimos tacones y el cabello recogido
en una sencilla coleta, sin joyería alguna pero con un maquillaje
que no hacía más que acentuar sus deliciosas facciones. Ella
era "un tronco de mujer" como alguna vez le había dicho
uno de sus alumnos venezolanos y más aún cuando descaradamente
calentaba no frente a los espejos sino frente a la barra colocada en
la ventana para que cada transeúnte pudiese observar como su belleza
fatalmente animal podía seducir a cualquiera que la viese por más
de cinco segundos. Ella bailaba suavemente, preparándose,
pero sobre todo, haciéndole saber al guapo ruso que ensayaba frente
a los espejos que esta noche serían solo ellos dos y que ella
claramente pedía su atención.
Una
mujer en la plenitud de su femineidad, con el cadencioso sabor de las
especies del caribe en sus venas y el natural ritmo de las latinas
nacidas bajo un sol de verano se giraba lentamente para caminar hacia
el centro del estudio, totalmente preparada para conquistar,
para tomar y no dejar huir. Como siempre lo hacía con
cada una de las presas a las cuales atraía con su encanto.
Slalik
vio claramente aquella abierta invitación al cortejo. Arregló
el cuello de su camisa, quitó un botón más para mostrar su pecho y
rió sin dejar de ver al espejo. Caminó lentamente hacia
el reproductor, escogió una pista y camino hacia Malena.
Un
hombre guapísimo, pensó ella mientras observaba aquella elegante y
abierta postura en donde los brazos la invitaban a lanzarse en un
abrazo o a retarlo a alejarse solo para mantener el juego que
claramente se iniciaría cuando los primeros compases de aquel bolero
sonaran. Y de hecho así fue. Lentamente aquel
viejo bolero, interpretado por una mujer llenó el salón y la mirada
de Slalik se clavó en los sensuales y desafiantes movimientos de
aquella mujer a quien las palabras no podrían describir como hermosa
pues poca justicia le harían. La lenta cadencia de los compases de
aquel delicioso bolero guiaban claramente los movimientos en los que
el ruso se presentaba como una exótica mezcla entre galán príncipe
de cuento de hadas y ladrón taimado de relato erótico. Ágil y
decadente la invitaba a seducirle. Y fue así como Malena
continuaba con su cometido, el de hacer que aquel hombre la deseara
hasta más no poder.
Pocos
compases habían sonado y fue cuando aquel hombre la tomó
delicadamente para iniciar una serie de elaborados y complejos giros
a los cuales ella se subyugó sin oponer ningún tipo de
resistencia. La tomó delicadamente por una de sus manos y
la guió hacia una serie de pasos que mezclaban una insinuante
caminata y suficientes giros de cadera, capaces de despertar el deseo
en el más santo de los monjes de clausura o de hacer vibrar de deseo
a cualquier aspirante a hermana de la caridad. Con
elegantes, lánguidos y decididos movimientos de manos y brazos,
Malena acariciaba su piel, las curvas insinuantes de sus senos y el
talle de su cintura mientras que aquella abundante y rizada cabellera
negra enarbolaba sensuales ondas que giraban al viento o caían
delicada y sensualmente sobre su espalda desnuda. Slalik
giraba tras ella tomando los brazos de Malena y levantándolos
suavemente para dejar al descubierto un torso insinuante mientras que
su aliento y su nariz recorrían lentamente el cuello de aquella
portentosa panameña. Ella no hacía más que contonearse,
cerrar los ojos y dejarse guiar por los deseos del ruso.
Aquella
rumba era una clara invitación al deseo, un constante preludio al
conocimiento carnal entre dos amantes que jugaban a acercarse y
alejarse. Malena giraba sus caderas lentamente a partir de
un centro en donde se conjugaba el deseo y la elegancia mientras que
Slalik cerraba los ojos y la tomaba por el vientre para luego
contonearla a partir de su cintura. Ambos cerraban los
ojos y podían sentir el aroma animal que despedían, ese mismo que
parecía haber sido incitado por aquella lluvia de mayo. Esa
misma que como decían las abuelas, no hacía más que alborotar el
calor. Incluso dentro de un estudio de baile al caer la
tarde.
Elegantes
y largos pasos, complicados giros y decadentes mezclas que se
alternaban entre rápidos y deseosos movimientos, con sutiles y
sensuales pasos lánguidos entre ambos bailarines. Se
alejaban para retarse el uno al otro. Él mostraba una
técnica depuradísima, con elegantes, masculinos y complejos pasos
de baile, al más puro estilo europeo. Ese que sin dudarlo
había ganado incontables premios en las capitales de la danza y
había hecho que millones de varones lo envidiaran y mujeres lo
desearan. Ella mostraba al contrario un estilo mucho más
natural, descaradamente sensual e incitante. Un estilo con
el cual solo se puede nacer, uno que no se puede fabricar aunque así
se quisiese. Ella se insinuaba tan claramente que se debía
ser ciego o ser alemán como uno el párroco de su iglesia decía,
para no darse cuenta de la imperante sensualidad de Malena. Sus
largas piernas creaban hermosos juegos y piruetas en el aire mientras
que en el suelo pareciera que se deslizaba como si no existiese más
que una fricción imaginaria y aquel fuese ese espacio ideal en donde
todo podía suceder. Y es que todo era posible en aquel
juego de seducción entre un hombre y una mujer. Porque
este no era un juego de cacería, ni un subyugante juego de
poderes. Eran dos seres apasionados seduciéndose el uno
al otro al compás de un sensual bolero.
Los
acordes de las guitarras que, melódicamente invitaban a cerrar los
ojos y dejarse llevar por su hechizo, el delicioso ritmo de unas
maracas y claves marcaban un sensual ritmo en el que tanto las
caderas como los hombros se movían para crear maravillas circulares
que no hacían más que ser los puntos clave para aquel hermoso
ritual de cortejo. La voz de una mujer que languidecía y
se lamentaba tan sensualmente que el dolor parecía más poético que
nunca. Esa era la magia del bolero. Ese mismo
que hacía que Malena y Slalik se entregaran sin reservas el uno al
otro en tan íntimo momento, tan a la vista de todos. Pero
era la misma lluvia la que hacía que la concurrida calle panameña
fuese el escondite a la vista de todos, pues todos se preocupaban de
no mojarse con la lluvia mientras que dos bailarines estaban
intensamente húmedos adentro de un local. De nuevo a la
vista de todos.
El
bolero sonaba cada vez más intenso y ambos cerca, el uno del
otro. Malena tomó el rostro de Slalik con un delicioso y
elegantísimo gesto de manos y brazos. Acarició la fina
barba oscura y se perdió en los ojos azules del ruso. Slalik
cerró los ojos y condujo sensualmente a Malena por la pista lenta y
cadenciosamente. Abrió sus labios y permitió que su
aliento recorriera el cuello de la panameña mientras creaban una
hermosa figura en donde la espalda de Malena hizo alarde de una
femenina y singular flexibilidad mientras que el ruso hacía gala de
toda su técnica. Pero la belleza era lo de menos en aquel
momento. Y es que se podía cortar de un tajo el aire que
ambos respiraban. Denso, intenso, cargado de feromonas,
lleno de claras invitaciones, pero también de elegantes y apropiados
rechazos. Todo aquello tan propio de la rumba, tan latino
en su calor y expresividad, pero tan europeo en su elegancia.
Los
últimos compases, los últimos instantes, todo para culminar en
intenso abrazo en donde los labios de los bailarines se encontraron
tan cerca que bien se podrían haber recocido cada uno de los surcos
y el sabor de besos añejos.
Dos
miradas se cruzaron fijamente y mientras Slalik veía aquellos ojos
oscuros llenos de erotismo, una frase escapó de los labios de
Malena, "Hazme el amor ahora mismo". Slalik le
vio, rió sinceramente, le dio un beso cerca de los labios y dijo a
su oído "Bien sabes que al igual que tú bonita, a mi también
me gustan los hombres." Hizo con ella una hermosa
pirueta, luego una elegante reverencia y rio de nuevo para besar su
mano.
Caminó
lentamente hacia un galante moreno que esperaba al lado del
reproductor y le besó en los labios.
Malena
observó aquello, rió para si misma complacida y arregló su
cabello, esperando la nueva ronda de ensayo.
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